Por Mónica Cazón
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
- Recibiste el premio de la SADE. Contanos de qué se trata.
- Es el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, que comenzó a otorgarse en 1944. Jorge Luis Borges fue el primer galardonado y de ahí en más lo fueron recibiendo escritores muy significativos, de las más diversas orientaciones estéticas e ideológicas, desde las hermanas Victoria y Silvina Ocampo y Manuel Mujica Láinez hasta Luis Franco, Álvaro Yunque, Gastón Gori... Realmente la lista de premiados forma un abanico representativo de todas las vertientes de la literatura argentina y también de sus regiones. Dentro de este amplio espectro, todavía hay relativamente pocas escritoras (algo más del 10%) si se piensa en todas las ediciones que lleva este galardón. Pero la visibilidad femenina se va incrementando. En 2016 lo obtuvo Luisa Valenzuela y en el último año me tocó a mí, que me siento honradísima de figurar en semejante “seleccionado nacional”. es una de las distinciones literarias más relevantes de la Argentina y la concede la más antigua Sociedad de Escritores de nuestro país, que cumplió en 2018 sus noventa años.
- ¿Creés que los últimos acontecimientos que vivimos las mujeres producen un quiebre en la historia? Hablo de la lucha por nuestros derechos.
- La lucha por los derechos de las mujeres no es nueva. Mal que mal, reclamaron por ellos a lo largo de la Historia, con mayor o menor éxito. A veces, parecían muy cerca de conseguirlos. Sin embargo, después de las grandes revoluciones (como la Francesa) quedaban de todas maneras peor paradas que los varones. Las guerras las llevaron a desempeñar tareas que los hombres habían dejado de cumplir, a luchar políticamente desde otros ámbitos, pero cuando volvía la paz, también había que volver a casa, a hacer “lo de siempre”. Eso en la Argentina se vio de manera bastante clara cuando terminó la etapa de la Independencia y de las guerras civiles. Durante el siglo XIX las mujeres pelean por cambios en las leyes: desde una educación formal igualitaria hasta el sufragio (reclamo este que entre nosotros llega más tarde que en el mundo anglófono). Las primeras batallas por los derechos civiles, políticos, laborales, son muy duras, tienen costos altísimos para quienes las dan. Lo que pasa hoy es una continuidad de lo que hicieron esas pioneras y completa lo que se inició hace más de un siglo. Avanzamos, sin duda. Hoy, el llamado “crimen pasional” (“la maté porque era mía”) se lee como violencia de género y recibe una fuerte sanción. Antes lo “pasional” era un atenuante. Hoy el acoso sexual se ha “desnaturalizado”, también es visto como violencia, sin edulcorantes. Particularmente en ámbitos laborales donde la asimetría de género refleja con claridad una asimetría de poder. Que se haya podido plantear en nuestro país una discusión abierta, en los medios y en el parlamento, sobre el derecho al aborto, también marca que hay otro clima histórico.
- ¿Qué opinás del “lenguaje inclusivo”?
- El lenguaje inclusivo tiene que ver con una toma de posición con respecto a la diversidad genérico/sexual. Parte de la idea de que en nuestro universo de lenguaje (y nuestro universo sociocultural, por ende), el “humano universal” es el masculino, y que esto supone una minorización o invisibilización de lo femenino así como de otras categorías genérico/sexuales. El uso del lenguaje inclusivo es promovido, por ahora, desde grupos todavía minoritarios que han desarrollado esta conciencia y quieren modificar el lenguaje que usamos, entiendo que para despertar la misma conciencia en otros y en la sociedad en general. Ahora bien, la lengua y el habla no nacen en recintos académicos ni son solo patrimonio de grupos. El lenguaje es una creación colectiva. Las academias intervienen post-factum. Es decir, cuando un uso, que antes era incorrecto, se hace tan extendido y tiene tal grado de aceptación social, que hay que declararlo norma. Un mínimo ejemplo: el verbo “haber” se emplea cada vez más no solo en la Argentina sino en otros países hispanoamericanos, como un verbo personal, concordado, aunque la norma culta marca que debe usarse como impersonal. Si esto continúa en el tiempo colectivamente y se extiende en forma habitual a la escritura, en algún momento las academias tendrán que consagrarlo como nueva normativa. No creo, por otra parte, que la sociedad se pueda cambiar solo mediante modificaciones lingüísticas. Los eufemismos demuestran claramente que, por más que se las adorne y se intente maquillarlas a través de la retórica, las mismas cosas siguen ocurriendo. Si todo fuera tan fácil, los crímenes más atroces desaparecerían de la realidad con solo borrarlos de la lengua…Más bien es el lenguaje el que se hace eco de los cambios de la sociedad y de las costumbres. El lenguaje inclusivo me parece interesante como “movida político-cultural” y posicionamiento personal, pero no creo que sea adecuado postularlo como “obligatorio”. Y yo tampoco, como escritora, me siento obligada a usarlo. Me parece que mis libros hacen de todas maneras muy visibles a las mujeres y a las diversidades sexuales sin necesidad de esta práctica específica.
- Contanos sobre tu último libro Solo queda saltar.
Se trata de la primera novela que escribo pensando en un perfil de público: el de los adolescentes. Cuando empezamos a conversar, precisamente me referí a lo fundamental que fue para mi formación literaria esta etapa de la vida. Con más razón aún debe serlo en el caso de los que se dediquen a otras profesiones, porque esas lecturas adolescentes representarán su gran oportunidad de contacto con la literatura y les abrirán la posibilidad de que elijan seguir leyendo en el futuro. De modo que la invitación de Santillana a escribir una novela para esa franja de edad me interesó muchísimo. El texto me dio tanto o más trabajo que cualquiera de mis novelas para un público general (otro prejuicio es que la literatura para personas más jóvenes o para niños también es una literatura “menor”, o más ligera. Me parece lo contrario. Hay que esforzarse de una manera especial). Los personajes principales son dos hermanas: Celia, de dieciocho años; Isolina, de diez, que llegan a la Argentina en el mismo año que mis padres: 1948, una etapa muy dura de la posguerra civil, desesperante en todos los sentidos: económico y político. En el libro surgen varios de los temas que comentamos. Y otros que siempre están en mis libros. Creo que ese es el gran conductor de todas las historias que se cruzan acá: la vida como transformación creativa que logra sobreponerse, persistir, reconvertirse mediante la migración, de un lugar a otro, de una forma en otra. Cambiar, para volver a ser.
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PERFIL
María Rosa Lojo, escritora, doctora en Letras, investigadora principal del CONICET y directora académica del Centro de Estudios Críticos de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador. Es autora de numerosos libros de ensayo y ficción. Recibió el Gran Premio de Honor 2018 de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores). Entre otros galardones, recibió un premio Konex a las Letras, la Medalla del Bicentenario y el premio a la trayectoria de la APA. Es miembro correspondiente de la ANLE (Academia Norteamericana de la Lengua Española).